Bola de confeti ENHORABUENA a nuestro alumno #HéctorSoriaPérez, de 2ºA, por estar entre los finalistas con su relato "Las mañanitas" en el VI Concurso de Cuentos Ilustrados #OfeliaBlancoMartínez

#DepartamentoLenguaYLiteratura

Os dejamos aquí el relato para que los disfrutéis

 LAS MAÑANITAS 

Hoy os voy a contar la bonita pero sufrida historia que están viviendo mis abuelos. Y para que podáis sumergiros en ella, os la voy a contar desde tres puntos de vista. 

 Pero antes de empezar os los presentaré. Celestino era un agricultor de tierras pobres que vivía en un pequeño pueblo con su mujer Juliana. Ella es una mujer valiente, que sufrió la partida de su marido al frente de la guerra civil española, cuando tan solo tenían veinte años de edad. 

CELESTINO 

A finales de 1936 me comunicaron que debía formar parte del ejército español, pues se había desatado una guerra civil en mi país. 

 Mi mujer se encontraba embaraza de nuestro primer hijo y dejarla sola fue lo más duro que he hecho en mi vida. Los siguientes tres años no fueron nada fáciles para ninguno de los dos. 

Gracias a Dios todo acabó y volví a mi vida con mi preciosa mujer y mi pequeño hombrecito, del que aunque me perdí sus primeros pasos, lloros, palabras, conseguí recuperar parte del tiempo perdido llevándomelo conmigo, montado en la banasta del burro, hasta mis tierras de labor.

Tardé un par de años en recuperar mi vida tal cual la había dejado antes de mi partida. No fue tan dura la herida de bala recibida en mi pierna como las marcas que dejó en mi mente ver tanto dolor. Pero había que seguir adelante.

Además, en las tierras agrícolas, aunque habían nacido una gran cantidad de malas hierbas, ya comenzaba a verse una buena producción de grano, al igual que cuando las dejé. Y había que trabajarlas. También, la familia crecía y seguir día a día luchando por ellos era lo que me mantenía animado.

Tuvimos seis hermosos hijos que nos ayudaban tanto a mí, en las tierras, como a mi mujer en casa, sin fallar a sus estudios. Poco a poco fueron marchando de casa a hacer sus vidas y a mis cincuenta y dos años llegó a la familia nuestro primer nieto, de hasta trece que nos dieron. Poder disfrutar con todos ellos y ver que mis hijos eran felices recompensaba todos los momentos duros vividos.

Fue un frío día de enero cuando un hijo sufrió un brutal accidente de tráfico y aunque sobrevivió, en mi interior y a mi avanzada edad... fue la gota que colmó el vaso. Desarrollé una enfermedad que, en mi opinión, es peor que morir pues desapareces en vida.

Las primeras personas a las que dejé de reconocer fueron mis nietos. Los hijos me los mostraban con vídeos y fotos para que los tuviera presentes. Entonces sí, momentáneamente conseguía recordar algunos momentos pasados. Llegó un punto en el que no recordaba prácticamente nada ni a nadie. ¡Ni siquiera los duros años de la guerra!. 

JULIANA 

Hace cuatro domingos, celebramos mi cumpleaños.

Como siempre la familia viene a comer a casa y aunque ya llevamos unos meses en los que Celestino no conoce a nadie, os cuento lo que pasó.

Todo surgió cuando estábamos en la mesa toda la familia. Mis hijos hablaban a su padre de cómo les iba en el trabajo, mis nietos le contaban sus notas del colegio. Y, no sé si fue todo aquello, junto al recuerdo del olor y sabor de la rica paella que a él tanto le gusta que cuando me sacaron la tarta, él empezó a cantarme la canción de “Las mañanitas del rey David” que siempre cantábamos en todos los cumpleaños cuando éramos niños.

Celestino la cantó él solo entera para mí. No olvidó ni una palabra y cuando la terminó dijo: “no te he comprado regalo”. Y todos sonreímos. Durante cinco minutos fue él sin su enfermedad. Nombraba a todos, les preguntaba cómo estaban. ¡Qué mejor regalo que esos cinco minutos y justo antes de volver a su mundo, decirme que me quería!

Desde ese día todos los domingos seguimos los mismos pasos; cocino paella, la comemos todos juntos contándonos nuestra semana y cuando llega el postre sacamos una tarta con velas y Celestino comienza a cantar la canción de ”Las mañanitas”. Sí, pero cuando la termina vuelve a su mundo. No ha vuelto a ser él.

Por eso ha empezado en un centro de día donde una de las actividades que hacen es cantar y parece que se le da muy bien y recuerda la letra de las canciones. 

NIETO 

Ya conocéis un poco más la historia de mis abuelos ahora me tenéis que conocer a mí.

Yo, que ni a los tres años cantaba canciones en la guardería por vergüenza y que mucho menos sabía tocar un instrumento. Yo, que en mi familia solo oía cantar bajo la ducha porque nadie estaba enlazado con el mundo de la música. ¡Yo, el nieto!

Pero todo cambió un buen día, cuando la directora del colegio entró a mi clase y nos propuso si queríamos ayudar a personas con Alzheimer. Por supuesto este tema lo tenía muy presente en la familia y claro que me apunté, animando también a mis amigos.

Consistía en, dos días a la semana por las tardes y durante una hora, desplazarnos al Centro de Día donde estaba mi abuelo y otros enfermos de Alzheimer.

El primer día nos contaron que teníamos que ayudarles a cantar, entonar con ellos y si se les olvidaban las letras de las canciones, recordárselas... ¡Yo!

Nos emparejaron y cada uno teníamos que ser responsable de un enfermo, siempre contando con la presencia de sus cuidadores.

Como no, yo haría pareja con mi abuelo, aunque él no supiera que yo era su nieto.

Día tras día disfrutaba de aquellas dos horas con Celestino de una manera especial ya que él no paraba de sonreír y se le veía muy alegre cantando.

Todo ello no hubiera sido posible sin Jesús, que es el director de orquesta del Centro de Día y también del Conservatorio, que al igual que nosotros dedicaba su tiempo con muchísimo entusiasmo.

El segundo día Jesús trajo una guitarra y preguntó si alguien sabía tocarla. Ninguno de los nueve alumnos sabíamos y fue en ese momento cuando dejó la guitarra en mis brazos y me dijo: “el nieto, tú tienes cualidades y yo te voy a enseñar”. Yo le contesté: “creo que te equivocas”. Ese mismo día me enseñó a hacer barridos con los dedos de la mano derecha sobre las cuerdas y comenzamos a cantar.

Al terminar la clase se me acercó y me confirmó que de verdad veía cualidades en mí y que le gustaría darme clases de guitarra. Me convenció al decirme lo importante que sería tener un instrumento para la terapia de los abuelos.

Pasó el curso y yo, aparte de las lecciones que recibía de Jesús, me había apuntado a otras clases extra. ¡Ya que me había enganchado al instrumento!

Llegó el día del concierto a las familias y como no, allí asistieron como público mi abuela, mis padres y algunos de mis tíos y primos.

Ahí estábamos mi abuelo y yo, como un pincel de guapos, preparados para cantar todas las canciones que habíamos aprendido tarde tras tarde.

Cantamos: “El chachachá del tren”, “Asturias patria querida”, “Clavelitos”, y un montón de canciones más. La gente aplaudía y fue al cantar el último cante cuando se me ocurrió una idea. Me acerqué a Jesús y le pedí si podía tocar una canción y cantarla solo con mi abuelo. Él me miró sorprendido, pero confió en nosotros y aceptó.

Jesús nos presentó al público y yo le pedí a mi abuela que subiera al lado de su marido y cuando empecé a entonar “Las mañanitas", Celestino la cantó mirando fijamente a los ojos de su mujer sin olvidar ni una sola palabra. Al terminar, besó a mi abuela como si fuera su primer beso y le dijo lo mucho que la quería. Al momento, volvió a su mundo.

La felicidad de toda mi familia durante esos escasos minutos fue enorme. 


Hoy soy profesor de música y tengo mi propia academia. 

¿Sabéis que le he puesto el nombre de mis abuelos y que a todos mis alumnos les hago aprender la canción de “estas son las mañanitas que cantaba el Rey David”? 

 Nieto