El
11 de noviembre, uno de los más grandes escritores rusos de todos los tiempos
cumpliría 200 años (si estuviera vivo, claro). Fiodor Dostoievski vivió
intensamente el complicado siglo XIX en la complicada
Rusia de los zares, y eso dejó profunda huella en sus novelas.
En su vida se
acumulan desgracias y experiencias tremendas: Su madre murió prematuramente y
su padre, destrozado y alcoholizado, fue asesinado por sus propios criados. A
pesar de su epilepsia, consiguió ser oficial del ejército, pero fue acusado de
conspiración y condenado a muerte (aunque el 22 de diciembre de 1845 se conmutó
la pena por años de cárcel en Siberia, ¡le tocó el gordo!). Se casó, perdió a
su mujer muy pronto y también murió su hermano. Deprimido, se convirtió en
adicto al juego (de ahí que una de sus novelas sea El jugador). En 1867
escribe una de sus obras más inquietantes: Crimen y castigo. Volvió a
casarse y viajó por Europa con su esposa, pero no acabaron las desgracias:
murió su hija, se empobreció, y consiguieron salir adelante gracias a la
publicación de novelas como El idiota, El eterno marido,
o Los
endemoniados. Creó revistas, continuó publicando en su
propia editorial y murió en 1881, poco después de finalizar la que él considero
su mejor obra: Los hermanos Karamázov.
La realidad social de la época, un profundo análisis de la
psicología de personajes atormentados, intensos, con historias tan terribles
como la propia vida de Dostoievski nos esperan en sus páginas ¡Adelante!
Algunas
de sus frases (quizá no estemos tan lejos…)
“El grado de civilización de una
sociedad se mide por el trato a sus presos”.
“El secreto de la existencia humana no
sólo está en vivir, sino también en saber para qué se vive”.
“Es mejor el hombre que confiesa
francamente su ignorancia, que quien finge con hipocresía”.
“En el mundo no hay nada tan difícil
como la franqueza y nada tan fácil como la adulación”.
“En nuestros días, el dinero es la más dulce de las mieles”.
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